9 de diciembre de 2014

Inclemencias reflexivas.



Lo peor de las tormentas no es que te hagan sentir melancólico ni nada de eso sino que, al finalizar, reina tal silencio que, incluso, da más miedo que los propios truenos...Se trata de ese tipo de silencio tan transparente que deja tus pensamientos totalmente desnudos, sin posibilidad de esconderlos detrás de nada mientras notas como la lluvia lo barre todo tan lejos y como, poco a poco, el silencio se va apoderando hasta lo más profundo de ti.

Creo que me da miedo la gente, pienso agazapado en forma de alubia que está a punto de ser echada a una cazuela de agua hirviendo, pero un miedo que se puede peinar y poner hacia un lado o hacia el otro, aunque con remolinos indomables porque, al fin y al cabo, todos sabemos que el miedo no se puede dominar..., es como el pelo de un niño.

Y veo las gotas de lluvia que han traspasado y que resbalan por la pared provenientes del quicio de la ventana de mi habitación y que, rítmicamente, se van sincronizando con las gotas que resbalan por mi cara provenientes del quicio de mis ojos. Alargo la  mano y toco la pared, alargo mi otra mano y toco mi rostro, ambos están fríos, la única diferencia es que mi piel tiembla..., tiembla tanto que después de la tormenta creo que viene el terremoto.