27 de abril de 2018

Sabor a plástico.



Creo que quiero volver a ser ese chico que no follaba de primeras, que se tomaba su tiempo y respetaba los pasos de conocer a una persona, primero por dentro y luego por fuera. Aquel chaval que, agazapado detrás de una mirada escrutadora, vivía en un mundo menos carnal, donde la piel estaba debajo de la ropa y había que quitarla con la punta de los dedos para descubrirla; pieza a pieza, poro a poro. Ese chico que, antes de rodar por la espinal dorsal y terminar donde hay que terminar, analizaba primero los recovecos mentales para ver si el camino era el correcto. El mismo chico del año 2009 que escribía esto y que ahora releo y me pregunto: ¿qué fue de él?

"Momentos con sabor a plástico, ¿quién los quiere?", escribí en enero de aquel año. ¿Quién me iba a decir a mí que mi dieta actual sería plástico del bueno; de ese que te deja el paladar partido y los labios ensangrentados. Plástico del tóxico. Plástico del que se enrosca en tus intestinos como si fueras un pez que se ha tragado una bolsa de un supermercado y apenas puede respirar.